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VISITANDO MARRAKECH (I)

Marrakech es una ciudad atrayente por su forma de aunar tradición con modernidad.  Sorprende el contraste que se produce en sus calles viendo mezclados burros y coches de lujo. Se puede decir que ambos mundos conviven separados por una fina línea que es la muralla. Ésta rodea la Medina, la parte antigua, en la que nosotros nos centramos durante nuestra visita a Marrakech. En su interior, encontramos todo un ecosistema en el que o te unes o te desesperas.

Como ya os conté en Organizando MARRUECOS, nuestra elección de alojamiento fue el Riad Dar Justo, un pequeño riad situado en el Zoco y muy cerca de la plaza Jemaa el-Fna. Es propiedad de un catalán al que tuvimos el placer de conocer y con quien compartimos una velada muy agradable.

DIA 1

La tarde noche que llegamos estábamos tan cansados de las horas de viaje desde el Desierto de MERZOUGA que, tras nuestra bienvenida, decidimos ducharnos y cenar en el hotel. Si alguna vez decidís ir a Marrakech, no podéis pasar la oportunidad de visitar el Riad donde nos alojamos y probar su maravilloso Tajín de sardinas ahumadas. Sin duda, uno de mis platos favoritos de mi estancia en Marruecos.

Lo que más nos impactó en nuestros primeros minutos en la ciudad es la llamada a la oración. Hay varias a lo largo del día, pero es mágico. De pronto, todo el rumor de la ciudad se detiene y da paso a un cántico casi gutural que detiene totalmente la ciudad y es pura magia.

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Al día siguiente, y tras un gran descanso y un espectacular desayuno en el hotel, nos dirigimos a la plaza central Jemaa el-Fna. Ya es costumbre en mis viajes buscar algún tour local en el que, tras la visita que te hacen, pagas el valor que tú le des. Nos gusta empezar los viajes así para hacernos una idea de la ciudad y poder luego aprovechar visitando más detenidamente lo que nos haya llamado la atención. 

Una vez encontramos nuestro guía y nos explicó el recorrido que haríamos por la ciudad, nos dirigimos a nuestra primera parada, la Mezquita Kutubia. Aunque no es posible visitarla, es espectacular ver como se erige su torre de llamada a la oración y la pequeña zona ajardinada que lo rodea donde hacer un pequeño descanso. De hecho, no es posible visitar ninguna mezquita salvo que seas musulmán y vayas a rezar.

Continuamos siguiendo la muralla por fuera y nos dirigimos a Bab Er Robb, una de las puertas de acceso a la ciudad. Frente a la misma, encontramos un edificio institucional donde el guía aprovechó para comentarnos cómo funcionaba la policía y la monarquía que rige el país. Una parte muy interesante en la que pudimos conocer mejor cómo se organizan y entender su forma de vida.

Tras esta parada, nos adentramos otra vez en las callejuelas que se encuentran en la medina y pasamos por delante de las tumbas saadíes y el palacio El Badí, que visitaríamos en nuestro segundo día en Marrakech, para llegar a nuestra siguiente parada, el Palacio Bahía. Un gran palacio que el visir de un sultán del siglo XIX mandó a construir para él y para sus esposas, nombrándolo en honor a una de ellas.

Es allí donde nos explicaron cómo funcionan los matrimonios poligámicos que algunos hombres del país tienen y cuáles son sus bases. Sin duda, un aspecto notable de su cultura que aprendimos, estuviéramos de acuerdo o no con esa forma de vida. Además, el palacio es una parada obligada si decides ir a Marrakech tanto por su belleza arquitectónica como por la historia que hay detrás.

Nuestra visita llegaba a su fin y nos quedaba la parte más movida de la visita, el Zoco. Todo el mundo tiene la imagen de un zoco árabe lleno de miles de sensaciones procedente de todos los sentidos y mucho ajetreo en sus calles. Pues debo reconocer, que no decepciona. Todo es ruido, movimiento, colores y olores entremezclados mientras que tú, como turista, tratas de seguirle el ritmo a la parte más vibrante de la ciudad. 

El guía nos recomendó que no nos separásemos de él y sujetar bien nuestras cosas porque, como todos podemos imaginar, cuanto más ajetreo y más pegados estuviéramos, más opciones había que los temidos carteristas aparecieran y se llevaran nuestras pertenencias. Aunque debo reconocer que no me pareció especialmente insegura la ciudad, las motos sí te pasan muy cerca y pueden sustraerte cualquier cosa que tengas en la mano sin apenas darte cuenta. Mucho ojo si visitas la ciudad tanto a las afueras como en el interior de la muralla.

La última parada fue en una de los herboristerías que hay repartidas por sus callejuelas para que nos dieran una charla sobre tratamientos y propiedades naturales de especias y plantas. Fue la parte que menos me gustó por la connotación comercial que tenía, pero igualmente aprendimos algunas cualidades curiosas. El recorrido acabó en la plaza Jemaa el-Fna, muy cerca de donde comenzamos el recorrido. El guía se despidió dándonos los últimos consejos sobre lugares que ver y dónde comer.

Aprovechando que estábamos en la plaza y que aún había muchas partes del zoco que no habíamos visto, nos decidimos por comer en un restaurante con vistas a la plaza que habíamos encontrado en nuestra búsqueda en casa, Le grand balcon du café glacier. Muy recomendable tanto por precio como por comida y con vistas impresionantes, sin duda.

Tras la comida, nos dirigimos a la otra parte del zoco, la que teníamos en el lado del riad, para ver el trasiego, hacer algunas compras de especias (regateando claro), tatuarme con henna la mano y callejear disfrutando del ambiente del lugar lleno de artesanos de cuero, tela y demás oficios.

Sobre la henna, debo advertiros que no todas las tiendas son buenas. Algunas usan productos químicos que lo hacen menos durable. Yo me lo hice en una que me recomendaron llamada Herboriste La Sagesse. Asimismo, tened cuidado si os apetece haceros un tatuaje y comprobad primero que en el riad que estéis lo aceptan ya que una mancha de henna en las sábanas las deja inservibles y puede que os repercutan su coste. En mi caso, me protegí la mano para evitar estropear las sábanas.

Regresamos al hotel para darnos un pequeño remojón en su pequeña piscina y arreglarnos para la cena a la que habíamos sido invitados por el propietario el día anterior. Lo habíamos conocido la noche anterior y, debido a diversas circunstancias, nos invitó a cenar tras nuestro primer día en la ciudad. Aceptamos encantados ser los primeros clientes que cenaban en el nuevo restaurante del hotel y además con el anfitrión, todo un privilegio. 

Disfrutamos de una exquisita cena rodeados de buena compañía y servida con el mejor servicio de mesa que habíamos tenido hasta el momento en nuestro viaje. Si algo destacaría de esa cena es haber probado el vino gris. Un vino rosado de origen marroquí que te enamora por su suavidad y su ligereza, adaptado a todos los paladares. También nos apuntamos sugerencias para hacer y comer que nos dieron.

Tras acabar la cena y conocer de primera mano la biblioteca del alojamiento, nos fuimos a dormir y nos preparamos para nuestro segundo día en nuestra visita a Marrakech.

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